martes, 24 de noviembre de 2009

Y COMENCÉ A SURGIR

Para Juanjo, Carol y el que llega: Guille.
“En el invierno la oía llorar
con su llanto chiquito,
sucio de barro,
traspasado por la lluvia.”

G. G. Márquez
(Eva está dentro de su gato, 1947)


Hace unos días comencé a surgir. Apenas una minúscula gota sobre un enorme mundo que me envolvía. Me sentía bien. Ágil y rápido corría por un vericueto de túneles oscuros buscando el sol que me alumbrara. Y lo encontré. Allí, enorme, radiante me invitaba a llenarme de él. Casi sin darme cuenta estaba mezclado entre ardientes y golosos jugos. Y allí me quedé. No lo iba ahora a cambiar por mi helado estado anterior. Nadando en almíbar me pasaba los días imaginándome un mundo lleno de frutas y golosinas.

Al principio, me sentía como una diminuta bolita sin capacidad para dirigirme al rincón que quería. A veces me apetecía acercarme allí, donde un dulce traqueteo llenaba esa orilla con su música. Era un rítmico sonido que me llenaba de vida, un tun-tún que me decía que cerca había algo que me conocía. Sin apenas mostrarse, me conocía y esperaba a verme para abrazarme e insinuarme infinidad de palabras, aunque no fuera capaz de entenderlas. Otras veces quería acercarme a un río que corría solo de vez en cuando. Un extraño gorgoteo que ansioso sonaba cada mil o dos mil latidos. Me gustaba ese canturreo, pero más me agradaba el apresurado bamboleo que lo precedía. Eso me señalaba que el río iba a surgir. Y me encantaba.

Luego, según iba creciendo, percibía otros cercanos ecos. Unas veces, varios sorbos que apretaban mi incipiente cabeza. Acogedores sorbos que me llenaban de un calor que, aunque venía de fuera, sentía familiar. Otras veces, antes del diario descanso, sonaba un murmullo musical. Una dulce melodía que subía y bajaba. Acompasada armonía que resonaba en mi océano y llenaba los apéndices que recién brotaban a ambos lados de mi cabeza.

Todo me insinuaba el mundo que andaba esperándome. Vivo, brillante y colorido que en breve me inundaría. Un cielo lleno de luz y energía donde mi imaginación, aun casi dormida, encontraría infinidad de detalles que me despertarían.

Pero aun sigo aquí. Sé que este cordón que ahora muerdo me da la vida. Me une al resto: al traqueteo, al murmullo, al sorbo, al canto. Y lo muerdo con fuerza porque lo siento mío. Y de él y de ella. Una cuerda palpitante y caliente que pronto no existirá pero que ahora me hace imaginar estas cosas. Pronto cambiaré estas agradables olas por unas más ásperas y puede que un poco más amargas. Pero las deseo tanto,… Mañana mismo, cuando ya no quepa, salgo a veros. A haceros llorar con mi sonrisa. A haceros vibrar con mi llanto.

DE PURISIMA Y ORO, DE SETAS Y TOROS


Finiquitaba el año taurino y JT lo despedía en La Monumental, sospechando que, quizá, el año entrante solo la música bailaría en esa plaza. Generoso Chema ocupaba mi puesto en los madriles y el menda se escapaba a Barna con mi santa y algún compadre. Amenazaba a mojado. Chubasquero en la maleta y de Atocha a Sants en apenas tres capítulos.

Como dicen que las emociones no hay que digerirlas con el estómago vacío nos acercamos a la Boquería a pimplarnos unas butifarras con robellones y algunas pocas cervezas antes de acercarnos a la Plaza en el cruce de Gran Vía y Marina. Bienvenida en el 14 y Joselito el Gallo en el 16 bautizaron por dos veces este coso sobre el que Dalí posaría sus huevos para coronar las torres.

El Juli, Manzanares y Cayetano abrían boca el día del homenaje a Paquirri. “Aquí solo llenan Springsteen y José Tomás” decían los paisanos de tendido con las gradas casi vacías. Los bichos de Vitoriano del Río, nobles y “encastaos”, perdieron seis orejas: cuatro por el delicado temple y las soberbias estocadas del alicantino, que hundió por dos veces la bola del estoque en las entrañas de los astados; y dos por la delicadeza con la derecha del madrileño, al que aquí no silban como en Las Ventas. La puerta grande de ambos achicó la otra porta, gayola, de Cayetano a su primero. Buen prólogo para lo que se intuía el Domingo.

De setas y toros iba el viaje porque esa noche nos engullimos un revuelto de “trompetas de los muertos” -hongos negros con sombrero en forma de tubo- que algunos llaman las trufas de los pobres. Estas y la botella del Somontano -o fueron dos, no recuerdo- nos metieron en la cama con un plácido regusto a otoño.

Y amaneció el día que algunos quieren degollar. El suspiro y la esencia, la pureza y la libertad. Morante y José Tomás. Y los Núñez del Cuvillo pensando en pintar de sangre la arena que ya sólo quieren teñir de cerveza y cava.

Da igual donde se mueva si en Madrid o Almería, si en Barcelona o Palencia el torero republicano para el tiempo en sus manos. A pies juntos y por estatuarios mece el trapo al son de las olas del viento. Y cuando llega la izquierda, casi sin querer, la lleva lacia y desmayada girando sobre talones y descolgando la muñeca. El toro pegado, manchando chaqueta y taleguilla, se acopla al vals que baila el callado, que no necesita de palabras para gritar arte. Las reses se apuntan a la danza siguiendo la muleta como el amante sigue el pañuelo de las damas. No hace falta el toreo tremendista de la ausencia de espacios. La salida a hombros ya está asegurada, ¿alguien lo dudaba?. Y con el quinto una tanda de verónicas antes de presentarlo frente al caballo llevándolo al delantal. De nuevo los naturales,.. y luego la derecha,.. y otra vez con la melosa izquierda. Al final unas manoletinas, de frente al toro sujetando la muleta a la espalda, regaladas tras intentar matar en los medios. Total: Cuatro orejas, un buen trago de vino que se engulle en la vuelta al ruedo y veinte mil mentes tocadas por el Espíritu Santo.

Y de nuevo a conjugar en pasado. Morante alargaba su primero como cuando se gustaba, queriendo acompañar al amigo de Sabina en su salida en volandas. No tan noble el toro como los otros, lo llevaba con la diestra el sevillano, corrigiéndose con esmero hasta acoplarse. Y quiso rematarlo tan perfecto (suscribo aquí a Rafael el Gallo para el que el toreo clásico era “lo que non se pué hacé mejó” y el perfecto “ lo que está bien arrematao”) que se laceró la mano al entrar a matar perdiendo entonces la opción de marcharse a hombros. Hubiera sido redondo.

Y así de vuelta a casa, con el cuerpo “cansao” y el alma llena. Besos y abrazos de despedida con los colegas y esta vez sí, mi santa embelesada. No sé si de setas o de toros. Seguro que no por mí, pero conmigo.