Para Juanjo, Carol y el que llega: Guille.
“En el invierno la oía llorar
con su llanto chiquito,
sucio de barro,
traspasado por la lluvia.”
G. G. Márquez
(Eva está dentro de su gato, 1947)
Hace unos días comencé a surgir. Apenas una minúscula gota sobre un enorme mundo que me envolvía. Me sentía bien. Ágil y rápido corría por un vericueto de túneles oscuros buscando el sol que me alumbrara. Y lo encontré. Allí, enorme, radiante me invitaba a llenarme de él. Casi sin darme cuenta estaba mezclado entre ardientes y golosos jugos. Y allí me quedé. No lo iba ahora a cambiar por mi helado estado anterior. Nadando en almíbar me pasaba los días imaginándome un mundo lleno de frutas y golosinas.
Al principio, me sentía como una diminuta bolita sin capacidad para dirigirme al rincón que quería. A veces me apetecía acercarme allí, donde un dulce traqueteo llenaba esa orilla con su música. Era un rítmico sonido que me llenaba de vida, un tun-tún que me decía que cerca había algo que me conocía. Sin apenas mostrarse, me conocía y esperaba a verme para abrazarme e insinuarme infinidad de palabras, aunque no fuera capaz de entenderlas. Otras veces quería acercarme a un río que corría solo de vez en cuando. Un extraño gorgoteo que ansioso sonaba cada mil o dos mil latidos. Me gustaba ese canturreo, pero más me agradaba el apresurado bamboleo que lo precedía. Eso me señalaba que el río iba a surgir. Y me encantaba.
Luego, según iba creciendo, percibía otros cercanos ecos. Unas veces, varios sorbos que apretaban mi incipiente cabeza. Acogedores sorbos que me llenaban de un calor que, aunque venía de fuera, sentía familiar. Otras veces, antes del diario descanso, sonaba un murmullo musical. Una dulce melodía que subía y bajaba. Acompasada armonía que resonaba en mi océano y llenaba los apéndices que recién brotaban a ambos lados de mi cabeza.
Todo me insinuaba el mundo que andaba esperándome. Vivo, brillante y colorido que en breve me inundaría. Un cielo lleno de luz y energía donde mi imaginación, aun casi dormida, encontraría infinidad de detalles que me despertarían.
Pero aun sigo aquí. Sé que este cordón que ahora muerdo me da la vida. Me une al resto: al traqueteo, al murmullo, al sorbo, al canto. Y lo muerdo con fuerza porque lo siento mío. Y de él y de ella. Una cuerda palpitante y caliente que pronto no existirá pero que ahora me hace imaginar estas cosas. Pronto cambiaré estas agradables olas por unas más ásperas y puede que un poco más amargas. Pero las deseo tanto,… Mañana mismo, cuando ya no quepa, salgo a veros. A haceros llorar con mi sonrisa. A haceros vibrar con mi llanto.